Este atardecer callejero
solo puede empezar
en una plenitud disoluta
en un otear en silencio el océano
con tu compañía ausente
como viejo lobo depredador
extraño esas manos sin continuidad
quizás en las ráfagas del viento
tu rojizo cabello se dispare
como viejo animal atado a la memoria
me quedan unos ojos tristes de despedida
sobre el fondo del acantilado un violonchelo
desafinado
de un músico cojo y ambulante
quien muchas calles atrás
se enamoro de la arritmia de los faroles
del retardo agónico de los antiguos relojes
de una notas perdidas de otra partitura
que su embeleso no te vio pasar mujer inolvidable
entrañable fémina de un anochecer
no recuerdo tu voz porque se mezclan, creo, con otras voces
todas jadean en el mismo sentido
todas gimen sobre el violín de un orgasmo
y sigo pensando que este atardecer
solo puede terminar en una concentrada infinitud
o en unos besos lascivos que humedezcan mi deseo
si estuvieras aquí amante enceguecida
seguramente tu indice señalaría la dirección correcta
me lo mencionan los pájaros que vuelan en circulo
sobre un mar salitre que no admite siluetas dulcificadas
ellos han elaborado un teorema de tus desnudos
que tiene presente la apertura exacta de tu entrepiernas
en tanto sigo buscando un centro que difícilmente encontrare
me resigno a aterrizar mi piel sobre tu dermis amapola
te veo completamente despojada
y descreo de las teorías de los bulimicos paraísos
intento escribir una oda a la curva de la carne
a la perfección incorrecta de tus huesos
son como vertebras blancas y negras
de un piano femenino destinado a mis manos perversas
me traen otro vaso de tequila
el que saboreo apresurado como a mi propia vida
en el umbral mismo de la borrachera me detengo
con la expectativa de que no suceda nada
en lo oblicuo del invadeable páramo
presto oídos al ruido seco del silencio
cae como una hoja de otoño sobre lo invisible
me pregunto si ya no estaba aguardando allí
un rumor de pesada ubicuidad
que no tiene ni principio ni fin
me convoca al lugar exacto de mis recuerdos
caigo en cuenta que todas las cosas de este mundo
alcanzan y pierden el edén al menos una vez al día
y diviso tus prendas en el borde de mi cama
mas una silueta que sale de mi espejo, de lo más profundo.
Roberto Brindisi
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