Una ciudad me rodea
se ha vestido de brumas y de sombras
se ha vestido de brumas y de sombras
de vientos escindidos como un grito
atormentado
con la negrura de su cascara antigua
rasgando los vitrales del olvido,
colándose en la sequía de los campanarios,
aporreando los aldabones de hierro
con la negrura de su cascara antigua
rasgando los vitrales del olvido,
colándose en la sequía de los campanarios,
aporreando los aldabones de hierro
de los claustros de
la memoria
todos es brisa,
todos es brisa,
mi alma es un
soplido de infiernos
entre contiguos silencios abismales
entre contiguos silencios abismales
noto que en este
país mío
ya no rechinan las guerras de odios prestados
ya no rechinan las guerras de odios prestados
percibo con mi oído
a media asta
un murmullo de
colibríes extinguidos
mientras entrechoca el candil de nuestros muertos
con el que ilumino mis imprecisos textos
acerca del amor en tiempos de una espesa angustia
esos soplos son partículas de mi alma en penitencia
formo círculos de entelequias disimuladas
farfullando sobre la eternidad de mis quejidos,
mientras entrechoca el candil de nuestros muertos
con el que ilumino mis imprecisos textos
acerca del amor en tiempos de una espesa angustia
esos soplos son partículas de mi alma en penitencia
formo círculos de entelequias disimuladas
farfullando sobre la eternidad de mis quejidos,
al fin, cuando todo
amenaza con apagarse
ingresa un paisaje
que lleva impresa tus caricias
retratos de unas manos recorriendo mi epidermis
retratos de unas manos recorriendo mi epidermis
mi cuerpo como
altar de una iglesia crepitante
figuras de tus piernas extendidas
meneadas apenas por el frío artilugio de mis miradas
ahora extraño lo que aún no me has prodigado,
dibujaras tu blusa desnuda en el arcón de mis espejos
figuras de tus piernas extendidas
meneadas apenas por el frío artilugio de mis miradas
ahora extraño lo que aún no me has prodigado,
dibujaras tu blusa desnuda en el arcón de mis espejos
trazaras un fondo afiebrado
en mis pestañas
crecerá el incendio
entre mis palabras humedecidas
serás la calma que
precede a la inmortalidad
sé que tu voz en
soledad me pertenece
no hay terraplenes
poblados de fantasmas
quizás un bodegón despereza su piel de amapola,
quizás un bodegón despereza su piel de amapola,
en tanto una luminaria
se alza en mis baldosas
es una hora en que
el lecho parece vivo
los rasguños traen lentitud con de su milagrosa adherencia
concluye los gemidos de un mundo de mujeres
los rasguños traen lentitud con de su milagrosa adherencia
concluye los gemidos de un mundo de mujeres
acotado a un solo
nombre
que trae de este suelo
la vehemencia de su pasión
cuando cruzo tu eterno parpadeo siento el clamor de tus entrañas
cuando cruzo tu eterno parpadeo siento el clamor de tus entrañas
subo estaciones de otros tiempos con
un pasado en fuga
sigo siendo un hombre que no se extingue en un gesto
confundo mi boca en la taza del café de tus jadeos
multitudes de lapsos que parecen atrapados en el embrujo,
es esta quietud la que me enloquece
como las aves invisibles con sus alas descolgadas
sigo siendo un hombre que no se extingue en un gesto
confundo mi boca en la taza del café de tus jadeos
multitudes de lapsos que parecen atrapados en el embrujo,
es esta quietud la que me enloquece
como las aves invisibles con sus alas descolgadas
y la muerte en caída
libre en las orillas del delirio
herida en sus carnes invisibles por una descarga
herida en sus carnes invisibles por una descarga
una última ilusión en los pliegos de
tu cama
le hace honor a nuestras desflecadas
madrugadas
y estamos empezando,
recién, ahora,
hasta los penúltimos tajos
de esta trama.
Roberto Brindisi
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