Se desmigaja la noche
en la humedad de sus minutos
hay apuro en el torrente de tu piel
afuera nada escapa al descontrol
al caos ilógico de las miradas encendidas
pueden enredarse el viento con la calma
el sofocante rubor de
una lagrima incinerada
sucede tantas veces como vértices en este redondel,
recuerdo mi niñez en orfandad
la mano fantasma de mi abuela eterna
no se parten voluntades con ladridos solitarios
si el desasosiego crece es en el pantano de la angustia
no hay ansiedades mezquinas en los zaguanes,
puedo contener el mundo mirándote dormir
penetrar lentamente en tus sueños enormes
abrir una ventana en la vigilia clara de la mañana
lo que nunca conseguí fue desentrañar algunas despedidas
cosa vedada a los dioses ciegos de mi mitología
en qué parte los pájaros perdieron su aroma
la fragancia de sus alas sabe a otoño de otros suelos
el miedo luminoso corre a la otra orilla
donde las luciérnagas se alimentan de carencias
los grillos de besos que se escapan de este lecho
las veredas que antaño andaban por afuera
hacen un surco de tacones en el interior de mi dormitorio
y yo me veo flotando en el silencio de intemperie
puede que incendie la edad de la inocencia
que santifique las décadas de culpabilidad
habrá algún altar en los médanos de tus manos
que calme el dolor herido de un amante equivocado
o serás la sacerdotisa de mis abecedarios quebrados
abriendo el arcón incompleto de tu lujuria vaga
sé que traes un silbido largo de suicidios callejeros
no alimentes mucho más la boca de mi abismo
entrégame ese último poro en despliegue
créame nuevamente en tu cielo de aguaceros
finalmente será el inicio…
Roberto Brindisi
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