No hay días
si el tiempo ha muerto
ni minutos u horas
en esta eternidad desangelada
las aves picotean sus alas
luego de devorarse el vuelo,
las alas grisáceas de mi ceguera
hacen nidos en el centro
de los miedos
pierdo la soledad en este
infierno
en las llamas
descompuestas de humareda
en el silencio de este
espacio construido
por millones de miradas
indiscretas
por palabras que me hablan
de tu ausencia
o por el silencio que
carcome la cara y las manos
de ese pasado que quedo a
la vuelta de la esquina
en el paisaje de una
ciudad desolada de afecto
la misma que se devoro mis
amores con nombre de mujer
tremendo huracán de
sentimientos
que se engullo el océano de
indiferencia postergada
horrible sensación de
angustia postreras
que puede reparar tu ropa
esparcida por mi suelo
tus caricias desembocada
en mi piel
el susurro de tus vocablos
en mi oído esclavo
quizás escuche el taconeo
de tu llegada
los pasos sensuales en mis
baldosas encontradas
ese conjunto de elementos
abren mi presente
como si un libro de hojas
quemadas por poesías
labrarán el acta de un
destino posible
de un futuro que estaba
prisionero en el pasado
hay hojas que se mecen en
muchas sequedades
como humedades que manchan
otros mares
hay vida aun en la agonía de
varios anocheceres
puedo arroparme con la
violencia de tus desnudo
como amarte con la
indiferencia de mi finitud
en este campo de besos
intercambiados
puedo llenar nuestras
bocas de promesas mudas
enseñarte a vivir en los
muros de mi laberinto
perder los hilos delgados
de nuestra libertad
si recompongo parte de mi
desmoronada compasión
en las ásperas alboradas
de mi recinto.
Roberto Brindisi
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