Miro mis manos arenosas
parte de un tiempo perdido
cuando aún el viento no se había creado
mis bolsillos daban las cuatro de la tarde
en una esquina de aristas desafiladas
no creo que este sueño sea el que tuve ayer
aun repetido tantas veces no es el mismo,
hay un océano de gotas imperfectas
una lluvia de plumas terracotas
miro las líneas de esta prisa mañanera
nada urge más que la soledad resplandeciente
nada suena tan estridente como el silencio suyo
cruzo la acera de baldosas de mujeres intactas
reconozco el misterio sumergido en mis cristales
nada novedoso salvo su reiteración
el movimiento integro de mi cuerpo ofendido
de mi memoria oxidada de recuerdos
con una infancia partida en mil heridas
la reconstruye los poemas de mi pluma etérea
en mis pesadillas florecen las guirnaldas de metal
sus tañidos son mezquindades de otros lapsos
proyectado en la oscuridad de estas noches
donde ha crecido el rosedal de los olvidos,
en la mañana hay que inventar los ruidos
las palabras encubiertas en las miradas
ser artífices de una ciudad en retroceso
frente al desmesurado aspecto del aislamiento
aprender a capturar las nuevas inocencias
ser como los hombres diseñados con tizas blancas
que no desaparecen con la lluvia en sus murales
puede que se reinventen los anocheceres doblegados
que unos puños suaves alteran el mutismo de mi cuarto
no darse por vencido en los momentos irreparables
creer que dios existe en la furia de un otoño extendido
será que nadie muere en esta insubordinada eternidad
salvo las utopías hechas de certezas inmejorables.
Roberto Brindisi
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