Conocí
la silueta de una mujer atravesada
por la furia de un viento blanco
entre sollozos de amores nocturnos
que se truncaron en los atardeceres
de un otoño que sabían a inmensidad
la conocí
en el reflejo blando de mi espejo
oculta en la multitud de crayones
que escribían el final de un orgasmo matinal
la ventana fría de mi cuarto lúgubre
no repetía el eco del mutismo femenino
solo dejaban escapar
olvidos de mi memoria
y aun así la seguí viendo en mi ceguera
de pájaro primaveral envejecido
entre las marañas de tu sexualidad desnuda
creí hablar con las muecas de mis palabras corvas
pero en el instante de su muerte primera
no hubo prisa en ocultar la lluvia de sus ojos
ni descafeinar su aroma de infinitud prístina
solo una hoja en blanco arrugada
marco un adiós que ya había acontecido
la desconocí esa misma alborada
cuando sus manos eran simples falanges desamoradas
ahora retorna en el vuelo de un colibrí
hará nido en el desierto de mi rostros
tendrá mil nombres diferentes para distinguirla
para hacer de su silencio un mundo habitable
transitando los espacios de su geografía
superando esos momentos que son abismos
reconoceré en otra hembra cada ayer sentido
sé que por los escalones subirán los segundos,
los minutos y las horas que no se han perdido
arrumbadas en los arcones de rojo antiguo
que el caos es imprescindible para un día nuevo
un momento en que retorne el afecto no dañado
el amor desde el desván de lo reconocido.
Roberto Brindisi
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