La noche se pierde
entre mi cuerpo mudo
una flor acecha los restos de luz
ruido de disputas apagadas
unas palabras huérfanas asoman
por el orificio de tus ojos verdes
la sangre ya no se precipita
la herida dejo de serlo en esta alborada
el movimiento deviene en quietud
aunque tus dedos desobedientes se desplazan
recorren cada poro de la cara de mi esperanza
sale el sol de esta mañana entre tus piernas prestas
agotadas del cansancio bueno
simulan caer en el abandono del deseo
la deliciosa urgencia de las gotas de tu rocío
incineran esta noche de fiebre tan apocada
me inundan las pasiones extranjeras en este cuarto
donde no se rinden los espejos antiguos
ni los reflejos prisioneros en los cristales astillados
el final de la noche se extiende entre risas de alcohol
o las lágrimas de recordar aquello prohibido
es que la memoria es un animal desobediente
no sabe guardar en su calabozo los olvidos necesarios
alguien entra en el silencio de mi muerte abandonada
mira el pergamino que me condona la infinitud
no habrá mañana ni ayer solo un presente extenso
afuera solo los barcos de los días navegan perdiéndose
en un océano de calendarios
ardiendo en el atardecer
nuestra tarea es demoler
cada rosa pulverizándola
hacer que las fragancias
nazcan de nuestro sexo
cultivar las amapolas en la
bonanza de nuestros poros
han de crecer las soledades
en este campo lujurioso
desconocer el ávido destino
de nuestras visiones
nuevamente las miradas sitúan
la borrasca del destino
hagamos hoy lo que nadie nos
ha pedido
sumergidos entre las letras
melodiosas de una poesía
de nuestra niñez absurda y descreída
crecimos
ahora en este sitio nos
alcanza todo lo antes perdido.
Roberto Brindisi
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