sábado, 24 de junio de 2017

AIRES DE UN AMOR


Una ciudad me rodea
se ha vestido de brumas y de sombras
de vientos escindidos como un grito atormentado
con la negrura de su cascara antigua
rasgando los vitrales del olvido,
colándose en la sequía de los campanarios,
aporreando los aldabones de hierro
de los claustros de la memoria
todos es brisa,
mi alma es un soplido de infiernos 
entre contiguos silencios abismales
noto que en este país mío
ya no rechinan las guerras de odios prestados
percibo con mi oído a media asta
un murmullo de colibríes extinguidos
mientras entrechoca el candil de nuestros muertos
con el que ilumino mis imprecisos textos
acerca del amor en tiempos de una espesa angustia
esos soplos son partículas de mi alma en penitencia 
formo círculos de entelequias disimuladas
farfullando sobre la eternidad de mis quejidos,
al fin, cuando todo amenaza con apagarse
ingresa un paisaje que lleva impresa tus caricias
retratos de unas manos recorriendo mi epidermis
mi cuerpo como altar de una iglesia crepitante
figuras de tus piernas extendidas
meneadas apenas por el frío artilugio de mis miradas
ahora extraño lo que aún no me has prodigado, 
dibujaras tu blusa desnuda en el arcón de mis espejos
trazaras un fondo afiebrado en mis pestañas
crecerá el incendio entre mis palabras humedecidas
serás la calma que precede a la inmortalidad
sé que tu voz en soledad me pertenece
no hay terraplenes poblados de fantasmas 
quizás un bodegón despereza su piel de amapola,
en tanto una luminaria se alza en mis baldosas
es una hora en que el lecho parece vivo
los rasguños traen lentitud con de su milagrosa adherencia
concluye los gemidos de un mundo de mujeres
acotado a un solo nombre
que trae de este suelo la vehemencia de su pasión
cuando cruzo tu eterno parpadeo siento el clamor de tus entrañas
subo estaciones de otros tiempos con un pasado en fuga
sigo siendo un hombre que no se extingue en un gesto
confundo mi boca en la taza del café de tus jadeos
multitudes de lapsos que parecen atrapados en el embrujo,
es esta quietud la que me enloquece
como las aves invisibles con sus alas descolgadas
y la muerte en caída libre en las orillas del delirio
herida en sus carnes invisibles por una descarga
una última ilusión en los pliegos de tu cama
le hace honor a nuestras desflecadas madrugadas
y estamos empezando,
recién, ahora, 
hasta los penúltimos tajos de esta trama.

Roberto Brindisi

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