Y en el
camino
la
llamarada invencible,
los
pies descarnados,
las
manos despiadadas,
los
ojos aterrados de acero
como luz
oscura de la muerte
sabiéndose
meta inentendible.
Mas
este paréntesis de alondras
por
donde las aguas turbias se enderezan
o
tuercen su andar ladino,
estos
signos hechos de sueños,
de
dolores carbonizados,
de
afectados actos amorosos,
de
prole que mañana nos denostan,
todas
estas cosas y mas
que los
mortales han dado en llamar vida
agitan
mi almanaque sin reposo.
Entre
ese camino y el final
muchas
son las puertas que se abren
tantas
las luces que se apagan
infinitos
los libros que se pierden
en
promesas de tontos inmigrantes
de
ávidos recolectores de cenizas
de mágicas
polvaredas veraniegas
que
marcan cada día cuando andamos,
cicatrices
que son únicas
en el
espíritu conservador o aventurero
y al
terminar la existencia nada valen
aunque
mucho sea lo que reniegas.
Pero
hoy me tomo un respiro,
no contaré
en forma consecutiva,
no
alienaré las letras del alfabeto,
no
intentaré entender lo incomprensible,
dejaré
que la lluvia moje mis costillas,
en
tanto penetraré despaciosamente
las franjas
que hacen que se rebalsen mis vasos
del
vino de las alegrías efímeras
o los
cristales de las vivencias duraderas
y junto
a ese respiro cae tu nombre
como
lluvia novedosa
que
viene a empapar mis fibras desangradas
en el
tumulto que avasalla mi existencia entera.
Sigo el
camino
con el
rosario de tu nombre entre mis manos…