Este atardecer,
debilitado
callejero,
puede terminar únicamente
en la plétora de su fragmentación,
puede suceder que el destino haya dejado escrito
que amarrados miraríamos el reflujo del mar,
sin embargo, la tarde no quiere disolverse
en esa negritud devoradora,
en ese averno de brumas difusas
sin caricias ni besos mágicos
tan solo la total e inmensa oscuridad,
me preguntas en
silencio por tu sombra
confundida con una multitud de iguales
que juegan a estar entrelazadas y
quietas
pero el soplo de una brisa trae
esperanzas,
nada se termina hasta despertar
definitivamente de la vigilia
y en esa zona indefinida,
paréntesis de la eternidad
inmaculada,
podemos andar los dos
portando nuestras
individualidades,
aun sabiendo que estamos
íntimamente vinculado
a que llevo el ímpetu de los ángeles,
incendiando tu lecho en un
amanecer eterno
con mil miradas nacidas en el
inframundo
o que cures las heridas
que transporto desde el primer
minuto
en una esquina
donde el amor son dos que se desconocen
por original y sublime instante
allí, solo en ese sitio,
que es una esquina de tango mal
habido
San Juan, Boedo y todo el fango…
allí, solo un violonchelo
inocente
que se apareja con un ramo de
rosas
deja lugar a seguir soñando
que la poesía salvará al mundo,
que el mar no nos inundara de
arenas,
que el viento no será un huracán
arrebatador de pájaros
ni amilanará a mi boca rastreadora
de tu piel desnuda
solo bastará que un ínfimo
destello de fe
derrumbe las gigantes murallas de
odio
ponga la primera piedra de un
puente de pasión
por donde correteen la lascivia y
la lujuria
ejido dilatadamente destacado,
lejos de ese universo violento de
muertes y desamores,
y asi la tarde habrá sido
la oscuridad ira desapareciendo
por ineficaz
serán las madrugadas, las
alboradas
las que sellen el valor del
tiempo de las cosas
en las que las letras nazcan
hondamente enamoradas.
Roberto Brindisi
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