Una boca reseca
en el desierto de
tu piel
entre las
barricadas de tus poros
en la soledad de
tu pelvis
allí donde mueren
las palabras
donde nada es
igual al cielo
ni lo ensortijado
de tus vellos
ni los nubarrones
rosas de esos labios
ni la cálida
humedad de tu vagina
ni el cosquilleo
ardiente de tu clítoris
ni las aristas
deliciosas de tus ficciones
nada pueden hacer
mis labios
de paladar dorado
en amaneceres
nada digo
que no sea
vestirme con tus emociones.
Un dedo que
señala
por donde se ha
ido el mediodía
en esa marcha
opaca
se fueron partes
de mis ayeres
ya no hay memoria
que los registre
ni piedra que
escuche sus imprecaciones
en nuestra habitación
quedamos
los que fuimos
trajinados por amor
sobrevivientes de
los remezones
de la
voluptuosidad de tu suplica
de los rugientes
versos de mis oraciones
ahora desnudos
humedecidos por
la gracia de este coito
te repliegas
rendida sin prendas
solo el ropaje de
los gemidos
las intimas
prendas de las vocales
la perfecta sincronía
de tus muslos abiertos
que dejan que la
luz descubra
como hay portales
por los que ingreso
a agradecerle a
los dioses tanta paciencia
como se puede
hacer que las sombras
desplieguen la
estreches de los sentidos
brillo apagado
que se torna sol
cuando los dos celebramos
por esta inocencia.
Roberto Brindisi
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