jueves, 22 de diciembre de 2011

URDIR EL TIEMPO

Tengo claro


Que en el final

Seré la sombra del niño

Impenitente,

Del rebelde que voló faroles

Desde las hamacas de un rosedal,

Seré tantas cosas

Que mi recuerdo será el del día siguiente,

Con la posibilidad certera de sufrir amnesia

Hasta el infortunio de olvidarme de morir.

Pero,

Aunque se asemeje a tristeza,

Urdo los hilos desmadejados

Del presente,

Del mientras tanto,

En el que tu voz trepa por el picaporte,

Se cuela entre las gotas en la bañera,

Navega soslayando las olas de las sabanas

Y se estanca en mis acantilados pedregosos

Con la pasión estallando en nuestra primavera.

Afortunadamente,

Ya no tengo los puñales

Que me enseñaron tanto luto,

Imaginando manojos de huesos en hilera,

Desfilando de modo torpe

Desvaneciéndose sin dejar señales.

Ahora

Tengo tu regalo,

Un alma de muy fina esencia

Que se enreda sobre la superficie de mi vida,

Arañando con voracidad

Los pliegos de un torrente de poros,

Bajo los cuales trajina mi sangre de aceite hirviendo,

En el instante que te rindes desquiciada y perdida.

Y aun dormida,

Desde un rincón de sueños apretujados,

Veo que sobre el espejo humedecido

Clavaste tu mirada provocándole la penúltima herida,

Alma de colores brillantes,

De alcancías repletas de caricias,

Dueña de un reino de soledades amanecidas,

Extiendes tu falange sobre la mía,

Reclamas un derecho sin frontera,

Nunca antes fuimos más paganos,

Adoradores de una privacidad enternecida

En los fuegos del caldero de unas lenguas

Que recorren una pelambre de seda y manos.

Decía que tengo claro

Que despertaremos para ver el comienzo

Del regocijo de estar juntos tan temprano.

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