Abro un verso
De mitad en mitad
Y adentro estas vos.
Busco tras un verbo
Y veo una lágrima en tu cerviz
Copiando la partícula de tu riada
En esta tarde de luz sosegada.
He constatado que el bermellón
No condice con el predicado,
Si bien es en la pared interior
Un diptongo puede ser delicado.
Tanto me importa la palabra,
Sabiéndome hablado por el mundo,
Que me esfuerzo por apilarlas
En medio de un desorden furibundo.
Se que no seria yo
De no ser por el vocablo,
La materia me conforma
Desde arriba hasta la solar de mis zapatos
Pero que seria de mi estructura sin el abecedario,
Animal salvaje capturado en alguna pagina
O pájaro herido como cruel mercenario.
La palabra debe estar bien lustrada
Sacarle punta como a un lápiz
Guardarla en mi cartuchera,
Mirarla de reojo en el recreo,
Dejar que sea abanderada,
Porque mi palabra mata o muere
Deponiendo en tu boca mi trofeo.
Mi hechura de juglar
Fue luego de miles de renglones
Incendiados o humedecidos
Por el bisturí desafilado de mis teclas,
Por mi imaginación vagabunda
O la entelequia de tus cantos repentinos.
Guarde signos de baja densidad
Mantuve otros capturados en la guerra
Que entre prosa y prosa desatan los poetas
Me inspire de mil maneras
Con tu figura curvilínea y natural
Te concebí amazona de mi lecho,
Mesalina de mis noches tormentosas,
Agua hirviendo
Entre la dermis sensible de mis piernas,
Hasta encarcelarte entre los pliegos de mis líneas,
Dedos alargados que resguardan tu suavidad
Hábil instructora en el arte del amor,
Como los grumos de sanguínea sensualidad
Tomo una letra coloreándole los labios,
En este istmo de catálogos indulgentes
Cuando en la noche entran las letras astilladas de sol.
Cierro el verso de manera prudente.
sábado, 28 de enero de 2012
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