miércoles, 6 de junio de 2012


DISLATES

Reparo
en que mi lengua silenciosa
engendra fuegos
o una helada de vocablos,
desparramados en las baldosas
del hueco de mi boca.
Se, fehacientemente,
que el fuego se irradia
por la gramilla de mi cama sola,
como se despliega el silencio
en la comisura de estos labios de junio,
con el aguanieve pintando mi ventana
y adentro la espera,
con sabor a herida angustiosa
sobre la fragilidad de los peñascos
de esta alma mía,
que te aguarda en la esquina del deseo
frente a la plaza de los suspiros
carentes de toda armonía.
Tomo nota
entre las líneas de mi mano,
escribo que son las siete de la tarde
y tu vestido aun no se aparece
por la vereda de Cangallo
en la que el puestero de flores
mira comentando el paso de las mujeres
en tanto el sol ya desaparece.
Era preciso referirme al aguanieve,
a este frío polar que penetra la ciudad,
o simplemente nombrarlo
de modo de atraerse la palabra agua
para apagar las llamas del silencio,
cuando mi medico me indicó
la calidez de tu presencia
para ahuyentar el espectro de esta tristeza,
y recoger tus ojos en la noche
esos que hechizaron mi adolescencia.
El silencio,
ese espacio al que soy adicto,
que suele causarme tanto daño,
por momentos creativo,
a ese mutismo el rojo le sienta bien
en horas tardías de la madrugada,
cuando tu sí estas y me describes,
cuando me pintas con el filo de tu lengua,
cuando me insinúas las cosas que vendrán
y me incendio en medio de la humedad,
en el corazón de una palabra que alcanza,
siendo imposible relatar un espacio ausente
como el verde que crea tu mirada
y ya todo quedo atrás
es tu alfabeto con sus formas el que avanza.  
  

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