martes, 24 de abril de 2012

MARIA DOMINGO


Hubo un tiempo
De fríos persistentes
De escarcha rustica
De vientos cortantes
De silbido de tiempos idos
O llegada de poca gente.
Hubo un tiempo
En que la luz no aparecía,
Todo era extensa sombra
O colmada grisácea oscuridad
Por donde varias veces se perdía
La inocencia de tu mirada
En el desagüe embrutecido
De los breves lapsos de marinas enlodadas.
En el campo de la finitud
Todo termina cuando debe acabar,
Ni un minuto antes ni un siglo detrás,
La marea trae pájaros muertos en altamar
De naufragios de vuelo bajo,
Llegan a la Isla Maciel putas heridas
Con patéticas madamas
Que te llaman raudamente con interés
De que forniques por unas sucias monedas
Esos trozos de carne con el alma perdida.
Llegue a reclamar el fuego,
A demandar lo que yo creía,
Me exhibí en las audiencias mundanas
Con mi ropa de papel azul
Bordadas con poesías extenuadas,
Que hablaban de Maria Domingo
Con los soles de carnes firmes,
De ojos verdosos centelleantes
Quien me abrió su libertad de madrugada.
No siento lo gélido
Ni el dolor de las ausencias
No llevo los clavos de soledades viejas
Me sumerjo en su vientre de muchacha nueva
De promiscua experiencia,
Cuando mi oído se esclaviza a verbos obscenos
Suelo degustar las caricias como un perro viejo
He empeñado mi desquicio extenso
Y jugado a esconderme entre sus senos.
En la redención vital
Es quien dibuja los contornos de mis sombras
La que guía mi mano y sus falanges
Por entre las ropas de mis ladrillos
O la desvergonzada desnudez de mis tapiales
Entre lunas nuevas decrecientes
Y lagunas de gotas de arrojos profanos
Solo estoy seguro que este es un amor ardiente.
  


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